miércoles, 27 de enero de 2010

Historia de una sombra

Una vez que te das cuenta de que alguien extraño ha entrado a tu casa y husmea para ver qué se lleva de tus pertenencias, la sensación de indefensión invade todo el cuerpo y en él se queda por un largo tiempo.
Si notas que puede ser peligroso enfrentarte a esta persona, porque en la oscuridad del entorno no se sabe si lleva armas o no, el pecho comienza una ebullición tal que sientes que la respiración se corta en segundos y no logras recuperar la tranquilidad de minutos atrás.
Te dices a ti mismo que es hora de actuar, pero con cautela y si no estás solo en casa, los llamas, así sean las 00:30 horas del día siguiente, y los despiertas, y les das aviso de que no hay que bajar a la primera planta, no vaya a ser que el tipo ande de malas y en un santiamén te dé un descontón.
Enmedio de la confusión logras calmar un poco los nervios y tomas el teléfono para llamar al 066, el número de emergencias; al otro lado de la línea, una mujer amable te pide los datos de la dirección donde vives, con pelos y señales, explicas la situación en que te encuentras y te avisan "Va para allá la unidad, señor".
Mientras, abajo, el riesgo es latente, porque el tipo sigue ahí, cobijado por la penumbra y el miedo de todos en la casa, que no sabemos si actuar o dejar que venga la unidad de policía y actúe en nuestra defensa.
No tardan muchos minutos en que llegue la patrulla, lo cual es un alivio; desde el balcón, agitamos los brazos para que los oficiales nos vean y así avisar que abajo es donde tienen que buscar.
Es un momento culminante, porque el tipo está aún adentro y los oficiales encienden las torretas de su unidad como para amedentrar al individuo.
Una de las mujeres de casa, que no entendió que se trataba de un peligro inminente, baja las escaleras y se encuentra con él.
"¿Quién chingados eres, eh?", grita al tipo, enmedio de la oscuridad y avisa a los agentes, "¡Aquí está oiga, es él!", exclama.
Y el individuo, que había logrado abrir la puerta delantera de la casa, como preparando la huida, inicia su carrera de zancadas hacia el poniente, como para perdérsele a los oficiales, que tardan un poco en reaccionar, mientras uno de ellos corre tras él.
Es tiempo de verificar lo que se ha podido llevar; unos cuantos pesos y mercancía del negocio establecido en la planta baja de mi domicilio; hacen falta unas cajetillas de cigarro y algunas monedas, algo así como unos 600 pesos en total.
El fresco de la madrugada hace más temblorosa la humanidad de todos, que entre el frío y el miedo todo se vuelve más intenso en el cuerpo.
Al cabo de unos minutos, los oficiales llegan con el individuo, cazado a unos cuantos metros de la casa, abordo de sus unidades.
Se trata de un jovencito, un menor de edad al que los oficiales muestran para que verifiquemos si se trata de él o no. Alto, delgado y de tez morena alcanzó a ver una de las mujeres de la casa, y la vestimenta concuerda con la del tipo al que ella misma encaró.
La indagación de los policías incluye preguntas del tipo "¿cuánto se llevó?", porque no les parece poco que haya allanado la morada, porque si es robo a tiendas de conveniencia, el asunto podría rendir mayores consecuencias para el intruso.
"¿Va a presentar cargos contra él?", preguntan. Nos miramos entre sí y nuestra respuesta es una pregunta, "¿qué corresponde en estos casos?"
Si no denunciamos, lo sueltan de inmediato; si declaramos en su contra, al menos unas horas lo hunden en el "bote".
"Les pedimos que nos acompañen a hacer la denuncia, porque de nada vale nuestro trabajo si ustedes no levantan una denuncia", aclara uno de los uniformados.
Del pijama a la vestimenta de calle en un dos por tres para luego seguir a las patrullas hasta la demarcación Oriente, allá cerca de la Avenida Churubusco, en esta Ciudad de Monterrey.
Los detalles, las preguntas frecuentes a las autoridades y un poco de tranquilidad llega al cuerpo. "Preséntese mañana en tal lugar, ahí le indicarán lo que tiene que hacer", expresa una de las encargadas de hacer guardia en esa unidad.
Ya en casa, el recuento de los daños; no nos habíamos dado cuenta que la ventana trasera, la que da al patio tiene levantada la mosquitera y la hoja de la ventana deslizada, abierta. ¿Por ahí entró o por ahí intentó salir?
Apagar todo es señal de que la casa vuelve más en paz, pero no del todo.
Esa sensación provocada por la situación se cuela muy hondo y en el pensamiento, las ideas de nuevos intrusos en casa, nuevas formas de hacer la vida, nuevas maneras de vivir, con el miedo en el cuerpo por un tiempo que no se sabe si será ya eterno.

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